Diciembre suele presentarse como un mes de celebraciones y reencuentros, pero también expone realidades que muchas veces permanecen invisibles. Una de ellas es cómo viven estas fechas las personas mayores. En un país que envejece rápidamente, el fin de año actúa como una lupa que revela avances, pero también las fragilidades que aún persisten en torno a su bienestar emocional y social.
Chile ha impulsado programas valiosos orientados al envejecimiento activo y a la participación comunitaria. Centros diurnos, espacios culturales, iniciativas intergeneracionales y redes locales han permitido que muchas personas mayores encuentren oportunidades reales para mantenerse vinculadas y activas. Sin embargo, la participación social sigue siendo un ámbito frágil y desigual. En varias comunas, especialmente rurales o semiurbanas, la continuidad de actividades depende de recursos limitados, voluntades locales o proyectos que no siempre logran mantenerse a lo largo del año.
El fin de año hace más evidente esta desigualdad. Mientras algunos participan en celebraciones barriales o familiares, otros experimentan un aumento de la soledad no deseada. Para muchas personas mayores, diciembre no es sinónimo de compañía, sino de ausencia: vínculos debilitados, duelos recientes o distancias familiares que se profundizan justo cuando el resto del país habla de unión. Esto impacta directamente en su bienestar, en la percepción de sentido y en la posibilidad de sentirse parte de una comunidad.
A esto se suma un fenómeno que suele pasar desapercibido: la disminución del rol social de las personas mayores durante las celebraciones. Con la mejor intención, muchas familias toman decisiones por ellas, las relevan de tareas o las sitúan en un rol pasivo “para que descansen”. Aunque nace del cariño, el mensaje puede ser contradictorio: se invita a participar, pero no necesariamente a ser protagonistas. Sin embargo, sentirse útil, escuchado y con voz propia es esencial para sostener la identidad y el bienestar emocional.
Diciembre también es un periodo especialmente exigente para quienes ejercen labores de cuidado aún más cuando pueden ser personas mayores quienes ejercen este rol. Visibilizar su labor, ofrecer espacios de apoyo y compartir responsabilidades es parte fundamental de una sociedad que busca el bienestar de todas las generaciones.
El fin de año, entonces, nos invita a recordar una idea central: la participación social no es un gesto simbólico, sino un determinante del bienestar en la vejez. Garantizar espacios de encuentro, mantener tradiciones, promover actividades intergeneracionales y preguntar directamente a las personas mayores cómo desean vivir estas fechas puede marcar una diferencia profunda.
Y en un contexto donde se aproxima un cambio de gobierno, esta reflexión adquiere aún más relevancia. Las políticas sociosanitarias dirigidas a las personas mayores deben mantener y aumentar su compromiso, asegurando continuidad, territorialidad y participación efectiva. En un país que seguirá envejeciendo, el bienestar de este grupo no puede quedar supeditado a ciclos políticos, sino asumirse como un deber permanente del Estado y de la sociedad.
Por Bryan Arpe Hernández
Académico de Terapia Ocupacional, Universidad Central de Chile
Miembro de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Chile.